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jueves, 22 de mayo de 2014

Pinceladas para la construcción de un distrito industrial corchero (III): Una solución para el negocio corchero sanvicenteño.



Quizás que este post  debería haber sido el que abriese  la monografía sobre  los distritos industriales, pero en ocasiones peco de visceralidad.

Hablando con algunos paisanos sobre esta idea (que ya podemos darle la etiqueta de proyecto), me doy cuenta que esta entrada debería haber marcado un poco el sentido a todo lo que he escrito y escribiré sobre el tema, de cara a justificar la necesidad de desarrollar un verdadero distrito industrial corchero para San Vicente de Alcántara, si queremos preservar nuestro modo de vida.  

Es un secreto a voces que el negocio corchero sanvicenteño se encuentra en caída libre. La situación no es algo coyuntural sino que obedece a una explicación más profunda, algo que tiene que ver más con una nueva reorganización de la industria corchera a escala global. De hecho, todo apunta a que nos encontramos a las puertas de un nuevo cambio en la estructura del negocio a nivel mundial, algo por otro lado nada nuevo si se hace un análisis con perspectiva, ya que estos cambios  han ocurrido hasta cuatro veces previamente en la historia.
 Este nuevo escenario se viene intuyendo desde hace tiempo a poco que se haga balance de los datos referidos a las cifras de negocio, así como al análisis de de los “movimientos” de las grandes firmas,  que demuestran claramente un nuevo intento de localización del negocio.

En este nuevo “orden corchero”, San Vicente de Alcántara está condenado a la desaparición. Hay quien ve en esta afirmación tan clara y rotunda un mensaje apocalíptico que pierde su rigor ante un hecho trascendental: Extremadura es una de “las despensas” de materia prima más importantes que existen gracias a sus dehesas y alcornocales, y por tanto, la existencia del negocio está garantizada. Es un total error considerar este argumento que más bien tiene un cierto sentido de cara a la autocomplacencia, o simplemente a negar la evidencia. Si bien es cierto que este hecho condicionó la aparición de San Vicente de Alcántara como municipio corchero, hay que indicar que, antes de esto, ya existía industria corchera, y que además, los que formaban parte de él, eran países no productores de materia prima, como era el caso de Alemania o Estados Unidos. Por lo tanto, no es en absoluto descabellado pensar que esto pueda llegar a ocurrir en este período histórico conocido como el de la “globalización”. Además, hay que indicar, que existen antecedentes muy recientes en el tiempo que justifican este tipo de cambios (el caso de la extinción del  negocio en Andalucía).

La cuestión está clara: ante este panorama tan desalentador, ¿existe una solución que permita preservar el  maridaje que tiene San Vicente de Alcántara  con el corcho desde hace más de cien años?
La respuesta es no menos evidente: todo dependerá de la actitud con la que se afronten los retos para el futuro a corto plazo.
Claramente el inmovilismo es una condena definitiva, y esto parte de las debilidades del sector corchero sanvicenteño, puesto que le hace ser   especialmente vulnerable a los cambios, principalmente por sus características históricas.

Uno de ellas es el ser un negocio altamente especializado en una de las etapas digamos “no clave” del proceso productivo. San Vicente de Alcántara, salvo algunas excepciones, es un municipio casi exclusivamente preparador de corcho en plancha.   A parte de no ser la etapa   de generación de mayor valor añadido, este hecho condiciona que las empresas que centran su actividad en este proceso (que son casi todas las que hay en San Vicente), dependan de aquellas que se encargan de manufacturar el corcho (los terminadores),  y por tanto, queden a merced de las decisiones de ellos, que obviamente se mueven por la búsqueda de objetivos que se escapan de la necesidad de asegurar un mínimo bienestar común para la localidad, y sí uno propio para sus intereses particulares. En otras palabras, el negocio corchero sanvicenteño a día de hoy no está capacitado para controlar su propio futuro.
Otra cuestión es el referido a la “cultura” empresarial, problema endémico no específicamente propio del sector sanvicenteño, en donde se le da mayor peso a la competencia que a la colaboración, lo cual es altamente negativo en el caso de las pequeñas y medianas empresas. Esto hace que exista un mayor grado de reticencias a la hora de establecer alianzas comunes, siendo esto  un inmenso error puesto que es la única arma con la que un tejido empresarial como el nuestro, pueda llegar a competir (en algunos casos colaborando, paradójicamente) en los mercados con las grandes firmas.
Obviamente si se pudieran eliminar estas deficiencias el panorama cambiaría drásticamente. La gran pregunta ahora es la siguiente ¿se puede realmente acometer esta “metamorfosis” sin precedentes?, la respuesta es sí, aunque para ello debemos hacer uso de una estrategia específica que permita trabajar sobre estas dos limitaciones preferencialmente, y que no es otra que la de la constitución de un distrito industrial.

Desde un punto de vista teórico, con este término hacemos alusión simplemente a una organización entre empresas localizadas en un lugar concreto (principalmente en entornos rurales), cuyo tejido empresarial son básicamente PYMES que centran su actividad en uno o varios sectores principales,  con unas relaciones de interdependencia mutua entre ellas (unas son clientes de otras), y en donde la clave esencial es la relación de confianza entre ellas, la que se establece gracias entre otros motivos al estrecho vínculo que les une al territorio en el que se encuentran, que les hace compartir los mismos valores socioeconómicos.

Desde un punto de vista más práctico, un distrito industrial es sinónimo de un modelo expansivo de creación de empleo (una auténtica incubadora de empresas), muy apropiado para economías rurales en donde el sentido del territorio está muy arraigado.

Se trata de un modelo de organización supraempresarial muy consolidado en muchos países como es el caso de Italia. De hecho, gran parte del poderío industrial del país transalpino es consecuencia del desarrollo de sus distritos industriales repartidos por toda su geografía. Precisamente  es en Italia donde podemos encontrar un antecedente de este modelo organizativo para el negocio corchero, en Calangianus  (Cerdeña), si bien este  no es el único caso.
Hemos de mencionar  también el distrito corchero de Aveiro en Portugal y también un caso español, el del distrito gerundés  que engloba a Palafrugell, Cassa de la Selva y Sant Feliu de Guixols.
En San Vicente de Alcántara no podemos hablar de distrito industrial como tal en sentido estricto, puesto que en la localidad pacense claramente no cumple con algunos de los aspectos básicos (y además claves) que se encuadran dentro de la definición que dimos anteriormente. No obstante, es preciso indicar que en la historia reciente de nuestro pueblo, ha habido intentos para su constitución, tanto de forma inconsciente (y yo diría “natural”) mediante el impulso a la especialización en la terminación de producto nacida del propio sector hace años, como de forma más planificada desde la administración mediante el desarrollo de las políticas de Agrupaciones de Empresas innovadoras y clusters.
Por desgracia los resultados han sido insatisfactorios, lo que yo argumentaría por dos motivos principalmente.
En primer lugar, la falta de iniciativa del sector,  que puede ser justificable o no, según se quiera entender, por la facilidad, sencillez y eficiencia del negocio preparador, siempre ajeno a las turbulencias del mercado. De hecho, los problemas serios con los que ha tenido que enfrentarse el sector han sido  derivados principalmente de la mala praxis de gestión interna en base a prácticas de competencia desleal, por ejemplo, más que por problemas más comunes a un modelo de libre-mercado.
Por otro lado, la ineficacia de los planteamientos de “diseño” para su constitución, en parte por el desconocimiento de los elementos que condicionan el verdadero “efecto distrito” (de lo que hablaremos en la siguiente entrada del blog), o al menos, en su puesta en práctica.
A esta última parte me aferro para creer que aún hay tiempo para poder revertir la situación, puesto que se sabe  qué es lo que ha fallado. Se trata ahora de no caer en los mismos errores del pasado, y afrontar el reto de la construcción de un verdadero distrito industrial corchero sanvicenteño.
En la próxima entrada de blog daremos las claves para un enfoque apropiado en esta tarea.


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