Quizás que este post debería haber sido el que abriese la monografía sobre los distritos industriales, pero en ocasiones
peco de visceralidad.
Hablando con algunos paisanos sobre esta idea (que ya
podemos darle la etiqueta de proyecto), me doy cuenta que esta entrada debería
haber marcado un poco el sentido a todo lo que he escrito y escribiré sobre el
tema, de cara a justificar la necesidad de desarrollar un verdadero distrito
industrial corchero para San Vicente de Alcántara, si queremos preservar
nuestro modo de vida.
Es un secreto a voces que el negocio corchero
sanvicenteño se encuentra en caída libre. La situación no es algo coyuntural
sino que obedece a una explicación más profunda, algo que tiene que ver más con
una nueva reorganización de la industria corchera a escala global. De hecho,
todo apunta a que nos encontramos a las puertas de un nuevo cambio en la
estructura del negocio a nivel mundial, algo por otro lado nada nuevo si se
hace un análisis con perspectiva, ya que estos cambios han ocurrido hasta cuatro veces previamente en la historia.
Este nuevo
escenario se viene intuyendo desde hace tiempo a poco que se haga balance de los
datos referidos a las cifras de negocio, así como al análisis de de los
“movimientos” de las grandes firmas, que
demuestran claramente un nuevo intento de localización del negocio.
En este nuevo “orden corchero”, San Vicente de
Alcántara está condenado a la desaparición. Hay quien ve en esta afirmación tan
clara y rotunda un mensaje apocalíptico que pierde su rigor ante un hecho
trascendental: Extremadura es una de “las despensas” de materia prima más
importantes que existen gracias a sus dehesas y alcornocales, y por tanto, la
existencia del negocio está garantizada. Es un total error considerar este
argumento que más bien tiene un cierto sentido de cara a la autocomplacencia, o
simplemente a negar la evidencia. Si bien es cierto que este hecho condicionó
la aparición de San Vicente de Alcántara como municipio corchero, hay que
indicar que, antes de esto, ya existía industria corchera, y que además, los
que formaban parte de él, eran países no productores de materia prima, como era
el caso de Alemania o Estados Unidos. Por lo tanto, no es en absoluto
descabellado pensar que esto pueda llegar a ocurrir en este período histórico
conocido como el de la “globalización”. Además, hay que indicar, que existen
antecedentes muy recientes en el tiempo que justifican este tipo de cambios (el
caso de la extinción del negocio en
Andalucía).
La cuestión está clara: ante este panorama tan
desalentador, ¿existe una solución que permita preservar el maridaje que tiene San Vicente de Alcántara con el corcho desde hace más de cien años?
La respuesta es no menos evidente: todo dependerá de
la actitud con la que se afronten los retos para el futuro a corto plazo.
Claramente el inmovilismo es una condena definitiva,
y esto parte de las debilidades del sector corchero sanvicenteño, puesto que le
hace ser especialmente vulnerable a los
cambios, principalmente por sus características históricas.
Uno de ellas es el ser un negocio altamente
especializado en una de las etapas digamos “no clave” del proceso productivo.
San Vicente de Alcántara, salvo algunas excepciones, es un municipio casi
exclusivamente preparador de corcho en plancha.
A parte de no ser la etapa de generación de mayor valor añadido, este
hecho condiciona que las empresas que centran su actividad en este proceso (que
son casi todas las que hay en San Vicente), dependan de aquellas que se
encargan de manufacturar el corcho (los terminadores), y por tanto, queden a merced de las
decisiones de ellos, que obviamente se mueven por la búsqueda de objetivos que
se escapan de la necesidad de asegurar un mínimo bienestar común para la
localidad, y sí uno propio para sus intereses particulares. En otras palabras,
el negocio corchero sanvicenteño a día de hoy no está capacitado para controlar
su propio futuro.
Otra cuestión es el referido a la “cultura”
empresarial, problema endémico no específicamente propio del sector
sanvicenteño, en donde se le da mayor peso a la competencia que a la
colaboración, lo cual es altamente negativo en el caso de las pequeñas y
medianas empresas. Esto hace que exista un mayor grado de reticencias a la hora
de establecer alianzas comunes, siendo esto un inmenso error puesto que es la única arma
con la que un tejido empresarial como el nuestro, pueda llegar a competir (en
algunos casos colaborando, paradójicamente) en los mercados con las grandes
firmas.
Obviamente si se pudieran eliminar estas deficiencias
el panorama cambiaría drásticamente. La gran pregunta ahora es la siguiente ¿se
puede realmente acometer esta “metamorfosis” sin precedentes?, la respuesta es
sí, aunque para ello debemos hacer uso de una estrategia específica que permita
trabajar sobre estas dos limitaciones preferencialmente, y que no es otra que
la de la constitución de un distrito
industrial.
Desde un
punto de vista teórico, con este término hacemos alusión simplemente a una
organización entre empresas localizadas en un lugar concreto (principalmente en
entornos rurales), cuyo tejido empresarial son básicamente PYMES que centran su
actividad en uno o varios sectores principales,
con unas relaciones de interdependencia mutua entre ellas (unas son
clientes de otras), y en donde la clave esencial es la relación de confianza
entre ellas, la que se establece gracias entre otros motivos al estrecho
vínculo que les une al territorio en el que se encuentran, que les hace compartir
los mismos valores socioeconómicos.
Desde un
punto de vista más práctico, un distrito industrial es sinónimo de un modelo
expansivo de creación de empleo (una auténtica incubadora de empresas), muy apropiado
para economías rurales en donde el sentido del territorio está muy arraigado.
Se trata de un modelo de organización
supraempresarial muy consolidado en muchos países como es el caso de Italia. De
hecho, gran parte del poderío industrial del país transalpino es consecuencia
del desarrollo de sus distritos industriales repartidos por toda su geografía.
Precisamente es en Italia donde podemos
encontrar un antecedente de este modelo organizativo para el negocio corchero,
en Calangianus (Cerdeña), si bien este no es el único caso.
Hemos de mencionar también el distrito corchero de Aveiro en
Portugal y también un caso español, el del distrito gerundés que engloba a Palafrugell, Cassa de la Selva y
Sant Feliu de Guixols.
En San Vicente de Alcántara no podemos hablar de
distrito industrial como tal en sentido estricto, puesto que en la localidad pacense
claramente no cumple con algunos de los aspectos básicos (y además claves) que
se encuadran dentro de la definición que dimos anteriormente. No obstante, es
preciso indicar que en la historia reciente de nuestro pueblo, ha habido
intentos para su constitución, tanto de forma inconsciente (y yo diría
“natural”) mediante el impulso a la especialización en la terminación de
producto nacida del propio sector hace años, como de forma más planificada
desde la administración mediante el desarrollo de las políticas de Agrupaciones
de Empresas innovadoras y clusters.
Por desgracia los resultados han sido
insatisfactorios, lo que yo argumentaría por dos motivos principalmente.
En primer lugar, la falta de iniciativa del sector, que puede ser justificable o no, según se quiera entender, por la facilidad,
sencillez y eficiencia del negocio preparador, siempre ajeno a las turbulencias
del mercado. De hecho, los problemas serios con los que ha tenido que
enfrentarse el sector han sido derivados
principalmente de la mala praxis de gestión interna en base a prácticas de
competencia desleal, por ejemplo, más que por problemas más comunes a un modelo
de libre-mercado.
Por otro lado, la ineficacia de los planteamientos de
“diseño” para su constitución, en parte por el desconocimiento de los elementos
que condicionan el verdadero “efecto distrito” (de lo que hablaremos en la
siguiente entrada del blog), o al menos, en su puesta en práctica.
A esta última parte me aferro para creer que aún hay
tiempo para poder revertir la situación, puesto que se sabe qué es lo que ha fallado. Se trata ahora de
no caer en los mismos errores del pasado, y afrontar el reto de la construcción
de un verdadero distrito industrial corchero sanvicenteño.
En la próxima entrada de blog daremos las claves para
un enfoque apropiado en esta tarea.
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