Hace unos días hablaba con un buen compañero y amigo
sobre mi novela, PANGEA, y la impresión que el susodicho se ha llevado a
propósito de lo que planteo en el libro, muy favorable para mi regocijo, si
bien es cierto que yo esto de la lectura lo enfoco por puro placer personal. Es
una cuestión de egoísmo puro y duro.
Este amigo del que hablo me decía que era bastante
escéptico con lo que llegó a sus manos. Cual fue su sorpresa (según comenta)
cuando empezó a bucear en la novela y comprobó que eso “no era ciencia ficción”.
Yo le contesté que eso de los géneros no es más que
una mera etiqueta comercial, sobre todo si lo que se intenta es aglutinar una
serie de tendencias muy heterogéneas como es el caso de lo que en teoría entra
dentro de lo que es “sci-fi”.
Por lo tanto me he decidido a escribir este post
aclaratorio con el único objetivo de “spoilear” el “making off” de mi trabajo,
de cara a que el lector que se atreva a viajar conmigo en lo que yo planteo en
PANGEA, tengo algunas referencias que le permitan llegar a la meta elegida con
un cierto éxito, que en su caso debe ser
el pasar un rato agradable y sobre todo reflexionar de muchas de las
cosas que nos pasan como individuos miembros de esta sociedad que nos ha tocado
vivir, con sus virtudes y sus defectos.
En lo que a mi respecta, realmente PANGEA yo lo he
concebido como un viaje personal en la profundización del conocimiento de
algunos temas que me interesan. Todo ello me ha hecho crecer como persona en
muchos aspectos, antes de escribirla (con el análisis de los libros que he
utilizado como inspiración y referencia), durante (aunque estoy en los
comienzos en el arte de escribir, creo que algo hemos aprendido durante el
proceso de concepción), y después (analizando y comparando con perspectiva y
retrospección el resultado del trabajo).
El camino que comencé hace cuatro años me ha servido
para realizar mi propio homenaje a una serie de géneros literarios que me han
apasionado desde que los conocí (aquí sí que podemos utilizar esa etiqueta de
forma precisa). Así podemos mencionar quizás a dos por encima de todo, el
género distópico y su opuesto, el utópico.
Con el primer término hacemos referencia a aquella
literatura que bucea en el análisis de lugares tanto imaginarios como reales en
donde imperan las anomalías y, por extensión, para describir aquella sociedad
políticamente y/o socialmente aberrantes frente y en oposición a ls “utopía”,
que designa el buen lugar, es decir un lugar idealizado.
Dentro del género distópico es fácil encontrar
autores considerados por muchos como auténticos visionarios, dado el grado de
predicción de sus planteamientos en la configuración de las sociedades de un
futuro realmente lejano para el tiempo en el que vivieron. Yo destaco
principalmente a tres de ellos, George Orwell, y su novela de cabecera 1984,
Aldous Huxley y su “un mundo feliz” y Ray Bradbury, padre de una de las obras
más emblemáticas que yo jamás haya leído, Farenheit 451.
El lector que se acerque a estos trabajos quedará
sorprendido por lo que en los libros se nos presenta, en ocasiones fácilmente
asociables a períodos oscuros de nuestra historia, como pudiera ser el nazismo
o el comunismo soviético, y siguen estando de rabiosa actualidad. De hecho más
de un@ puede caer en el error de pensar que estos visionaros de la pluma hayan
tomado como referencias esos acontecimientos, pero claramente quedará
sorprendid@ al comprobar las fechas de edición de esos trabajos, muy anteriores
a esos períodos a los que me refiero, y por supuesto a la actualidad.
En el otra parte del tablero está la literatura
utópica, aquella que utiliza como escenarios sociedades idealizadas a los ojos
de los autores que las conciben. Aquí destaco por encima de todo un trabajo, “Utopía” de Tomas Moro. Para mi
ese libro supuso un shock emocional importante, sobre todo teniendo en cuenta
que Moro, lo que consiguió con el libro fue criticar duramente el régimen del
monarca Enrique VIII en sus propios ojos sin que este se percatara. Sin duda
era un maestro de lo sutil.
He de decir que todo el libro está plagado de
detalles y símbolos en clara alusión a esos y otros tantos libros que he
utilizado como referencia.
Otro pilar angular en mi viaje particular ha sido
intentar aprender algunas cuestiones sobre nuestro sentido como sociedad. Esto
me ha llevado a realizar un recorrido amplio que va desde una época ficticia
que, con sus matices, recuerda mucho a nuestro contexto actual (sobre todo en
el escenario en el que nos movemos los ciudadanos del viejo continente), hasta
el propio origen de las sociedades, muy vinculadas a la aparición de las
ciudades en lo que hoy es conocido como oriente medio.
En ese análisis me ha interesado intentar describir el
papel que jugamos nosotros como individuos dentro de ese invento que hemos
creado para vivir en comunidad, y las influencias mutuas que puedan establecerse entre ambos.
Justamente ahí aparece en escena mi tercera obsesión,
la formación de la conducta de los individuos, y el papel que juega lo que pasa
a nuestro alrededor.
Con estos tres pilares se describe una historia en
donde el viaje también es el hilo conductor de lo que intento narrar, tanto a nivel interior de los
personajes que forman parte del libro, como a nivel exterior.
Así se fragua una huida desesperada del protagonista
desde una sociedad distópica en su concepción, “la futurista” con grandes
tintes de actualidad si analizamos y contextualizamos las metáforas que he
utilizado, hacia otra opuesta en todo su sentido, aquellas en la que priman
unos valores de convivencia totalmente contrarios.
He jugado con ese contraste de mundos en la
narración, presentando y describiendo los pormenores de uno y otro caso,
claramente identificables (creo), desde los títulos de los capítulos hasta la propia
semántica.
Así, me ha interesado mucho destacar y hacer algo de
crónica social desde el escenario particular de mi propia distopía, de la que
paso a mencionar algunas consideraciones de interés.
Me he centrado mucho en vincular ese entorno de
planificación lúgubre tan propia de las sociedades distópicas como es el caso
de los entornos urbanos. Ahí va mi primera paradoja (el libro está plagado de
ellas), puesto que he utilizado como modelo las bases de una ciudad única por
su belleza y su atmósfera, ejemplo del cosmopolismo europeo, la ciudad de
Praga, obviamente con un cierto grado de distorsión necesaria, además empleando
para ello un supuesto período histórico de transición entre un antiguo régimen
(el nuestro, el que estamos viviendo en estos momentos) y un supuesto nuevo
orden. Intento pues quedar constancia de ese momento de cambio también en el
elemento físico que vertebra la sociedad, la ciudad y sus construcciones,
proceso al que me refiero como “metamorfosis social” (primer homenaje a un gran
autor praguense, Franz Kafka).
Esa atmósfera de aislamiento propio de los entornos
urbanos, en este caso tremendamente exagerado como no podría ser de otro
modo, lo considero como la herramienta utilizada desde ese régimen
bárbaro que represento, con el único fin de generar introspección en los
individuos esclavos de esa sociedad (tanto los opulentes como los que no lo
son), y así contener cualquier conato de rebeldía.
También es clave la aparición en escena del recurso
conocido como LOCKER, el verdadero motor que dispara los cambios sociales que
caracterizan al nuevo orden. Nuevamente la metáfora está presente, en este caso
en referencia a la figura a uno de los padres del liberalismo clásico, John
Locke, tendencia esta que respeto y comparto en su concepción, pero que ha
degenerado en ese planteamiento tan de nuestro tiempo que conocemos como
neoliberalismo.
Curiosamente he encontrado algo similar en esto de
emplear un recurso natural como la base de la trama para articular una novela
de crítica social en uno de los autores que más me han impactado últimamente,
como es el caso de Joseph Conrad, pero eso lo he descubierto después, no antes
de escribir Pangea.
Las relaciones comerciales en la base de la
explotación del recurso, en el que claramente existe una asimetría del
conocimiento de los pros y los contras de esa necesidad de consumo desmedido
del material milagroso por parte de los ciudadanos, es realmente la clave. Esa
es la puerta para que el nuevo orden se instaure como garante de la explotación
racional de un bien limitado, escaso en si mismo, que hace que para salvaguardar
el recurso, los ciudadanos tengan que entregar su libertad y soberanía sobre
aquellos que tienen un plan, articulado, organizado en el que se debe hacer una
restructuración de la sociedad en grupos o castas (término este muy de moda por
desgracia para mi, aunque las fechas de concepción de este libro están ahí). En
esa concepción están los opulentes, los elegidos para el uso y disfrute del
recurso, y los que están especializados en producirlos. Dentro de este
entramado simplificado no tienen cabida los “seres deficitarios”, aquellos que
no generar esa eficiencia necesaria. Precisamente el protagonista de esta
novela pertenece a este grupo.
Intento igualmente dibujar esa relación que existe
entre el poder económico (visto aquí desde la metáfora de productores del
Locker) y el propio estado, y como
afecta, dirige, controla a las propias naciones, además obligando a las
mismas en base a las relaciones
comerciales a establecer un plan común único.
El lector de estas palabras seguro que ve algunos paralelismos
con nuestra realidad actual.
Me he basado igualmente en utilizar algunas
experiencias pasadas para construir la manera en la que se producen esos cambios necesarios pero dolorosos desde
la instauración de un régimen sociopolítico autoritario. Estos días, mientras
revisaba el texto, antes de editarlo, me asustaba a mi mismo, comprobando
cuanto de real y actual hay en lo que se dice. La Historia está condenada a
repetirse, dicen algunos.
En frente de esto está “el país entre dos ríos”,
paradigma utópico de la sociedad libre. Se trata de una sociedad endogámica
situada en lo que hoy es Irak. Este escenario no es gratuito, y obedece a un
sentido concreto. Tal y como he mencionado en párrafos anteriores, intenté
buscar y construir una sociedad idealizada a la que incorporar mi manera de ver
las cosas (advierto que lo que yo planteo es una total exageración, en la que
realmente no creo), y para ello era necesario ir al propio origen de esa
organización entre humanos que es la sociedad, es decir las primeras ciudades.
Es curiosísimo la gran cantidad de hallazgos que he
encontrado con la lectura de algunos libros de historia antigua y de
antropología, como puede ser el papel de las doctrinas religiosas como garantes
de la vida urbana, en la que es necesario disponer recursos compartidos, que
cuestan entregar dado nuestro individualismo y egoísmo innato, pero que se
supera si está la mano de “la Institución”, el nexo de la vida terrenal y el
más allá, solicitando ese tributo. También curiosísima ha sido la descripción
de las confluencias de las distintas religiones, de cómo comparten tradiciones,
algunas de ellas derivadas de esos tiempos ancestrales (diez mil años). Eso a
mi juicio desacredita cualquier legitimidad de pureza por parte de ninguna
doctrina sobre las otras, aunque ese es otro tema en el que no pienso entrar.
He intentado igualmente incluir detalles de la vida
en esa época, con costumbres que según los registros gráficos existentes fueron
de la manera que yo describo, así como la organización urbana de la época. En
otros casos los he desvirtuado a mi antojo para llegar a donde quise hacerlo,
que no era otra cosa que el intentar imaginar qué hubiera pasado dentro de un
marco concreto diferente al que hubo: El conocimiento como riqueza esencial y patrimonio
de una sociedad y un aislamiento necesario para preservar esa pureza de
principio con el resto de sociedades.
Es importante también mencionar el por qué de Pangea
como título. Como muchos lectores sabrán, ese término hace referencia a un
supercontinente que hubo en tiempo pretéritos, y que apareció en varias
ocasiones durante los tiempos geológicos como resultado de la contracción y
expansión de las tierras emergidas que hoy conocemos Me pareció muy interesante
usar esa metáfora para describir la finalidad del viaje que “el ciudadano K”
(Kafka y su “Castillo” otra vez presente) estaba dispuesto a correr, volver al
origen de la sociedad para aprender los valores primarios de la misma, y
llevarlos a su tierra para intentar ayudar a generar los cambios que se
precisan. En cuanto a las aventuras y desventuras que le ocurren al
protagonista en ese viaje, en este caso he
de confesar que he construido una versión actualizada del mito del rey
Gilgamesh, una de las primeras escrituras que se conocen en historia antigua.
Por último me gustaría puntualizar un par de detalles
con respecto al estilo que usado, puesto que esto también es importante para el
desarrollo de la novela. He intentado construir mi historia a partir de un
cuaderno de bitácora, de crónicas de lo que le van aconteciendo a los
personajes, asumiendo la dificultad que en ello hay para alguien que empieza en
esto de la escritura. Para mi no fue nada fácil asumir ese rol de narrador
en primera persona, y de hecho, en ocasiones he sentido hasta ansiedad durante
el desarrollo del libro, a pesar de que ahora, viéndolo con perspectiva, creo que la
transmito también en la historia como parte de ella misma, lo cual es necesario
para crear el ambiente que me propuse.
Esta elección tiene una razón de ser y es la de poder
jugar con el lector, confundirlo, generarle dudas para, finalmente, impactarle
y así obligarle a reflexionar.
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