La literatura engrandece nuestra existencia desde
diferentes puntos de vista. Es la verdadera fuente de conocimiento, sin cuyo
recurso, jamás podríamos alcanzar un grado de desarrollo intelectual digamos
superior, aquel que nos permite ser conscientes
de la realidad que nos rodea.
Esta es la esencia misma de la vida bajo mí humilde
entender, el saber cuál es el verdadero papel que tenemos asignado en este
mundo tan estructurado, a partir del entendimiento de los condicionantes
prefijados que no dependen de nosotros mismos. Solo así podremos aceptarlo si
ello nos complace o revelarnos con toda nuestras fuerzas.
A veces, esto mismo, nos conduce hacia el propio
abismo, porque la mente del ser humano (nuestra verdadera riqueza) es francamente
compleja, y para ella resulta muy traumático el asumir las verdades ocultas que
están dispersas entre el halo de mentiras que inundan nuestro propio universo
personal, totalmente influenciado por los condicionantes externos que se
explican desde un contexto social.
Este tipo de revelaciones solo se encuentran en el
mundo de los libros. La literatura es realmente un camino que nos ayuda a
sumergirnos en un baño de realidad incómodo pero necesario si queremos llegar a
sentirnos realmente libres, y plenos conocedores de las verdades atemporales
que rigen en la sociedad; es posible incluso que corramos el riesgo de adquirir
criterios y razones que nos inviten a refutar los valores que nos parecían eternos y
naturales (que también pudieron ser impuestos desde los “otros” libros, todo
sea dicho), aquellos que hemos
interiorizado sin ser conscientes y que han impregnado nuestra personalidad,
forjando eso que conocemos como la ética
y la moral, y que nos ha permitido vivir desde siempre en una sociedad
hipócrita, decadente y enferma de si misma (asevero esta afirmación con hechos,
solo hay que darse una vuelta por las crónicas de los periódicos para concluir
estas verdades).
En estos tiempos que corren, en los que en el fondo
todos sospechamos que hay algo más allá del
simple teatro en el que se convierten nuestro día a día (se respira en el
ambiente un cierto tufo esclarecedor que a veces se deja entrever para sorpresa
nuestra), evoco más que nunca hacia el
universo de los libros como única vía para llegar a entender este mundo tan
complejo y simple a la vez, que siempre ha estado ahí, con los mismos problemas
y vicisitudes, puesto que los acontecimientos que se suceden son totalmente
predecibles desde un punto de vista histórico, ya que es la condición humana la
que va marcando la pauta del devenir de nuestro momento, y aunque esta está
sujeta a un proceso evolutivo ligado al de la propia cultura, aloja en su
interior unos mínimos rasgos que se repiten una y otra vez entre los individuos; el intentar hacer valer su propia voluntad sobre las
del resto, algo que solo consiguen los poseedores de ciertas dotes, de tal
manera que al final todos nos movemos
por la inercia de los intereses
particulares de aquellos que imprimen su impronta sobre la colectividad.
A pesar de la mediocridad que nos rodea, siempre han
existido personas que han disfrutado de una gran virtud, la de reconocer y
denunciar los estigmas que demuestran estas cuestiones que se ha repetido a lo
largo de la historia; se trata de auténticos visionarios o simplemente
cronistas de un mundo realmente oculto que nos aguarda expectante a la vuelta
de la esquina. Dentro de la literatura encontramos un buen puñado de ellos.
Todos estos grandes autores recurren a un mundo
figurativo abstracto, en donde se sienten cómodos para plasmar sus propias
ideas, bien por el miedo al rechazo social del momento en el cuál viven, bien
porque ese es realmente su vaticinio ante unos hechos que bien apuntan hacia un
presente paralelo o un futuro plausible que ellos han imaginado de esa manera.
En estas historias supuestamente fantásticas podemos
encontrar respuesta a muchas de las cuestiones que sirven para explicar
aspectos de una realidad que en teoría se presume lejana y desconocida para
nosotros, y que nos envuelve sin que seamos conscientes hasta condicionar
nuestros movimientos individuales. Ese mundo entre bambalinas nos lo evocan de
una manera sutil figuras como Joseph Conrad, George Orwell, Tomas Moro o
incluso el propio Dante Alighieri. Nótese que hablo desde la transversalidad de
“géneros” literarios (a veces, meras etiquetas comerciales), porque realmente
uno puede encontrar estas revelaciones en escenarios muy dispares, generalmente
planteados desde un entorno figurativo que resulta ser además una delicia para
los propios sentidos del que lo lee.
Hoy más que nunca, debemos aferrarnos a las lecturas de estos
clásicos si pretendemos sobrevivir en este mundo tan estúpido, en el que
precisamente se invita a pasar de largo por entre los trabajos de tan sublimes
personajes. Todos ellos son cronistas de la naturaleza humana, y de sus
palabras podemos aprender a entendernos como animales gregarios que somos, algo
que se antojo imprescindible si queremos prevalecer con todas nuestras virtudes
intactas, aquellas que nos convierten en individuos libres.
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