Me gustaría comenzar este apartado abordando un tema con el cuál me encuentro
especialmente sensibilizado en cierto modo dado mi labor profesional muy
vinculada a ese concepto que conocemos como el Estado del Bienestar.
He creído
conveniente compartir mi opinión justamente ahora más que nunca porque tras estos cuatro años de eliminación de
muchos de los logros que nuestra sociedad ha venido alcanzando en esa parcela tras casi cuarenta
años de democracia, se puede tender
a obviar e incluso a aceptar la nueva realidad que se intenta construir.
El motivo es claro: los últimos datos reportados desde
ciertos ámbitos, en dónde esta semana pasada aparecían señales de esperanzas en
forma de brotes verdes como consecuencia de las políticas de reformas
“dolorosas pero necesarias”.
En cierta manera esta es la semilla que se intenta
plantar para que de aquí a un tiempo entremos en una amnesia colectiva que nos
impida hacer uso de nuestra memoria a medio-largo plazo, utilizando esta
expresión que tanto les gusta emplear a los que defienden las políticas
neoliberales actuales para justificar la falta de resultados.
A poco que uno haya hecho oídos y ojos se habrá dado
cuenta de que estos últimos días estamos
inmersos en una ola de un cierto optimismo en lo que se refiera a nuestra
situación como nación. Todo apunta que incluso ya a final de este trimestre
España saldrá de la recesión y que el año que viene se creará empleo.
No obstante, como saben que el ciudadano de a pie
tiene como única vara de medir su día a día, ellos
mismos intentan rebajar esa euforia desmedida aludiendo a la Macroeconomía, y
que aún quedan algo lejano del impacto que puedan tener en las familias y sobre
todo de los integrantes de las mismas, los individuos.
Este argumento justamente es lo que me hace dudar de
las bondades del modelo político-económico actual que impera en nuestra época,
ya que claramente no es objetivo prioritario el salvaguardar los intereses del
individuo, al menos de manera generalizada, sino que esto más bien es
considerado como un objetivo secundario a cumplir de manera colateral.
Mi opinión se fundamenta en la propia base del
concepto que yo entiendo de Economía y que tiene su fundamento en una definición
que a mí me gusta utilizarla en mis clases cuándo abordo el tema de Economía de
la salud: “Aquella ciencia que se encarga de dotar al individuo de la capacidad
de controlar su propio destino". El hombre nunca podrá alcanzar esta quimera si depende de factores externos como pueden ser la satisfacción de sus necesidades básicas por lo que ahora más que nunca los objetivos prioritarios deberían ir en ese sentido y claramente no es la base ideológica del modelo actual.
Actualmente y a nivel global impera el modelo
definido por Milton Friedman y que se encuadra dentro de lo que algunos llaman
como “Neoliberalismo” en dónde la importancia del mercado libre y su
desregulación, la pérdida de relevancia en esta labor por parte del estado y el
viraje hacia la privatización han sido sus sellos de identidad. Su puesta de largo data de finales de los
años setenta del siglo pasado, teniendo una gran acogida sobre todo como
consecuencia del hecho de ser la base
ideológica de las políticas de la Inglaterra de Thacher y los EEUU de Reegan en
la siguiente década. El tiempo ha
servido para comprobar que todo aquel modelo venerado por muchos hasta el punto
de convertirse en el paradigma económico de los años sucesivos se convirtió
realmente en “la criatura Frankestein” de la ideología liberal ya que está
demostrado que la causa de los problemas de la gran crisis que estamos
padeciendo se debe al modelo que Friedman diseñara en el siglo pasado.
Realmente hay que considerar como aberrante al modelo desde esta concepción simplista ya que el individuo en los tiempos actuales está a merced de eso que denominan mercado. Incluso voy a ir un poco más allá y tacharlo de antiliberal.
Tomemos como referencia por ejemplo el papel del Estado del
Bienestar dentro de la concepción del liberalismo clásico.Es curioso como siendo una invento que procediera de
las entrañas de aquellos que entendían necesario asentar las bases de un
bienestar común, que permita al individuo desarrollarse de forma plena para lo
que era necesario tener cubiertas las
necesidades básicas, esté siendo tan castigado por aquellos que dicen proceder
de la doctrina que acuñaba esta afirmación.
Ni tan siquiera en un verdadero estado liberal desde
una perspectiva clásica, utópico en su esencia todo hay que decirlo, no se
considera la necesidad de prescindir de una mínima implicación del Estado en el
control del bienestar común, y figuras tan relevantes como Alfred Marshall o
Beatrice Webb lo consideraban como esencial.
Por eso comprobar como son objeto de “las reformas”
los recortes en campos como la sanidad y la educación, unido a otros aspectos
como los procesos de las privatizaciones
en estos campos, me hace pensar en que estas políticas son de todo menos
liberales desde un punto de vista pragmático.
Como consecuencia del estudio de las características
de algunos de los servicios que forman parte de esa aportación que el estado
otorga a los ciudadanos, y que he venido conociendo de una manera más o menos
profunda a lo largo de estos últimos
cinco años, me aparece de obligado cumplimiento compartir mi opinión en favor de un estado del bienestar dirigido
por el Estado y libre de los peligros del libremercado.
Esta afirmación la hago desde mi más profunda
creencia en el individuo y sus potencialidades individuales, pero entendiendo
el agravante que supone una sociedad en el que el reparto de recursos pero
sobre todo de oportunidades no es equitativo.
Por tanto el rol estatal como garante de este bien
común sigue siendo necesario. Es necesario un control más férreo de los
recursos, eso sí, pero siempre sin dejar de considerarlo como aspecto clave y
esencial en cuánto a su mantenimiento porque los países los formamos los
individuos, y para que un país sea competitivo todos los ciudadanos han de
adquirir ese valor añadido, lo cuál sólo
se consigue si existen igualdades de oportunidades en las necesidades básicas y
por suerte o por desgracia en un mundo en dónde la distribución de riquezas es
tan desigual, el estado es la fuerza regulatoria que debe intentar paliar esa
deficiencia.
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