Por fin acabé de degustar uno de los libros que tenía
apuntado en mi cabecera a propósito de esta viaje intelectual que llevo
realizando desde hace algunos meses, y
con el que pretendo resolver y apuntalar algunas de las cuestiones que más me
preocupan sobre el tema ideológico.
Además del matiz práctico que busco con ello, muy en
la línea de la necesidad de encontrar argumentos para la base de un nuevo libro que comenzaré a escribir
cuándo mis obligaciones me dejen, este examen de conciencia me está permitiendo
poner bajo un juicio crítico bastante riguroso, además en base a un estudio muy
personal y aséptico en todo su conjunto, qué hay de verdad en todo lo que se
vierte por ahí con respecto a las etiquetas que existen sobre la filosofía del
pensamiento ideológico en cuestiones socioeconómicas.
Reconozco que yo mismo he venido sufrido de este mal
durante mucho tiempo pero felizmente para mi conciencia creo que me he curado
por completo. Al menos así me siento.
Por tanto, antes de comenzar con mi análisis de uno
de los libros más significativos de la primera mitad del siglo XX, me gustaría
invitar a todo aquel que pierda parte de su tiempo leyendo estas palabras a que
realice este ejercicio que implica el buscar DIRECTAMENTE en las fuentes
aquello de lo que se nos dice se hizo y dijo en nombre de alguien que no está
presente para defender sus palabras, y que además dada su repercusión crearon
escuela en su mayor expresión del término.
Realmente este espíritu crítico que llevo dentro se
lo debo a mi padre quien desde siempre me ha aconsejado en esa dirección.
Recuerdo sus palabras a propósito de la obra de Niestzche defendiendo la honestidad de su trabajo y por
tanto alejándola de la leyenda social sobre sus implicaciones en la ideología
nacionalsocialista.
Realmente uno debe buscar en el análisis objetivo sus
propias opiniones y convicciones, que deben ser individuales para de esta manera
hacer las mismas genuinas.
Escribiendo todo esto me doy cuenta que de forma
indirecta realmente comparto muchos de los principios que el profesor Hayek nos
descubre en su magna obra, sobre todo aquello que tiene que ver con la
necesidad de preservar la libertad individual de manera general, incluida en el
pensamiento.
Se trata de un libro crítico en su esencia sobre la
planificación estatal de todas las cuestiones y que tienen que ver con la vida
de sus ciudadanos, todo ello bajo las directrices que marca la economía.
A pesar de que desde siempre este trabajo ha sido uno
de los argumentos intelectuales que
muchos falsos liberales y conservadores han utilizado para defenestrar al
socialismo en su conjunto, realmente si uno analiza todo lo que en el libro se
dice, se da cuenta que dichos aspectos que Hayek preconizaba en la primera
mitad de la década de los años cuarenta del siglo XX son de aplicación general
independientemente de las siglas y etiquetas de los que dirigen nuestros
designios.
Uno puede llegar a esta conclusión si en la lectura
del libro emplea unas lentes de realismo contemporáneo, de tal forma que pueda
ir comparando lo que se escribió en su día de lo que realmente pasa, al menos
en nuestro entorno más cercano.
Lo más curioso de todo es que quienes caen en los
errores planificativos de los que Hayek nos habla son realmente hijos bastardos
de su doctrina tal como ellos mismos dicen.
Nada más lejos de la realidad al menos en los
aspectos más comprometidos. Es cierto que si uno lee referencias sobre la vida
del autor, se encuentra que realmente se le atribuye responsabilidad plena en
cuánto a los planteamientos que dieron forma al neoliberalismo, pero
francamente yo no encuentro esa
reminiscencia en camino de servidumbre.
Por ejemplo, en ningún momento en los argumentos del
libro (todo esto desde mi perspectiva), incluso para un hipotético estado
utópicamente liberal como el laissez
faire debe de dejar de existir responsabilidad del “Leviatán”
en la toma de decisiones para cuestiones como el estado del bienestar. Hayek
reconoce que esto es necesario.
Obviamente hay cuestiones “muy atrevidas” que no
comparto con el autor como es el hecho del libremercado gobernado por una mano
invisible tal y como decía Adam Smith, o el valor que se le da al dinero como
herramienta para trazar nuestras oportunidades.
Un tema especialmente discrepante es el asunto de la
competencia y como lo aborda. Hayek dispone de una visión muy darwiniana de la
importancia de esta fuerza como motor
necesario que mueva el desarrollo de nuestro tiempo, y es cierto que en el
mundo vivo es lo que hacen que las especies animales progresen gracias a la
selección natural, pero si realmente el hombre, ese individuo que tanto venera
Hayek y tantos otros, dispone de ese
factor diferencial que le hace ser la especie dominante, las cuestiones que
aplican al resto del mundo vivo en nuestro caso deben ser tratadas de manera
diferente.
Esto lo digo desde la convicción que me da mi
formación académica, lo cuál no deja de ser paradójico aunque yo me considero
más humanista que biólogo.
En mi opinión sólo sería posible el uso de una
competencia con fines positivos si todos los individuos partiésemos del mismo
punto, y que fuese esa necesidad de progresión individual la que nos permitiese
prosperar. Obviamente dicha competencia debe quedar libre de cualquier riesgo
de compromiso en aspectos referidos a la existencia como individuos.
Para adquirir las herramientas competitivas pienso
que es preciso de hacer uso de la educación, y en Hajek no veo tan claro este
aspecto como en el caso de Alfred Marshall, por ejemplo..
De nuestro comportamiento como individuos comenzamos
a aprender muchas cosas sobre todo en los últimos años y precisamente a ello me
remito para argumentar mi visión sobre el hecho de que la educación es lo que
permite modular nuestras conductas, y si queremos adquirir esa fuerza
competitiva que a veces no disponemos desde el acervo génico, esta es la manera
de paliar dicha deficiencia.
Por todo ello, plantear hoy en día la libre competencia
no deja de ser per se una ventaja
competitiva para aquellos que dominan el sistema de mercado, y en ello se
escudan sus defensores, que obviamente son los que ostentan la supremacía en base al poder
económico.
Si tuviera que mencionar dos capítulos especialmente
relevantes elegiría el referido al estado de derecho, en dónde claramente ataca
nuestro modelo legislativo de encasillamiento que literalmente secuestra el
criterio del que debe hacer valer la ley, y también en el que analiza las
virtudes y defectos de la unión supranacional. Este último apartado me parece
totalmente visionario ya que en él describe la actual unión europea (no
olvidemos, el libro está escrito en la década de 1940). Mención especial merece
su visión sobre el estado federal al que le otorga la etiqueta de la solución
menos mala para soportar un estado liberal según su concepto.
En resumidas cuentas, el libro es muy recomendable y
al menos en lo que a mi respecta, me ha ayudado a reafirmarme en muchas de mis
convicciones y a incorporar otras nuevas.
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