Los últimos dos meses he estado probando este género tan difícil de acometer, guiado en cierto modo por buenos autores que lo manejan a la perfección como es el caso de Andrés Fornells un "peazo" de escritor al que admiro mucho.
Este que eligo me causó buena impresión y creo que está aceptable. El propio Andrés me lo indicó. Se titula el Jadín Secreto y está inspirada en mi infancia de la que formó parte una niña llamada Marta (Lemus), que por desgracia ya no está con nosotros.
Me gusta siempre ambientar estos relatos en base a una pieza musical y no me preguntéis el por qué. A este cuento le viene al pelo la canción Anabel Lee de Radio Futura.
Durante toda mi vida he tenido la convicción de que algún día recorrería el camino de retorno al viaje que empezara aquel primer día de septiembre del año al que
yo doy por el del final de mi niñez.
De hecho, creo que esto fue así desde el mismo momento en el que sentí que las lágrimas resbalaban por mis mejillas
al tiempo que los kilómetros iban dejando atrás mi mundo infantil. Un recuerdo
me sigue evocando aquel instante en mi vida: la silueta de las casas y el
campanario de la iglesia cada vez más pequeñas y más diminutas conforme nos
íbamos alejando hasta el punto de ser
engullidos por el asfalto.
Han sido muchos años de exilio forzado y la nostalgia
que he sentido de una forma cada vez más acusada me ha hecho replantearme el valor de las cosas
en mi vida.
Por extraño que parezca hay algo que he añorado por encima de todo, más incluso que el cariño
de los que me quieren y una vez dejé atrás fruto de la necesidad del sustento,
el olor a corcho cocido en las frías mañanas de invierno o los bosques de alcornocal que abrazan el municipio
por todos sus costados: Aquel jardín oculto no me dejaba conciliar el sueño: me
ha obsesionado desde siempre. Muchas noches despertaba empapado en sudor con la
falsa sensación de estar franqueando sus
veredas imposibles formadas por entre las hiedras, y que daban forma al basto
vergel de clorofila solamente salpicado por el colorido puntual de las matas de
madreselva que pareciesen suspenderse en el aire.
Ese lugar mágico lo encontré gracias a la curiosidad propia de un hombrecito que comenzaba a tomar
el mundo. Siempre había transitado por la
gran avenida que pareciera custodiar el lugar que un día fue mi retiro
vespertino con la intención de preservar su inocencia y virginidad: nada imaginable
me hubiera hecho presagiar que detrás de aquel enorme muro de hormigón se encontrase lo más parecido al edén.
La casualidad (o no) hizo que la pequeña puerta que
daba acceso a mi jardín de los sueños estuviese abierta al atardecer de una
calurosa jornada típica de julio, y que además no hubiese ningún transeúnte
cerca (cosa rara por otro lado), ya que esto me hubiera incomodado bastante y posiblemente
no me hubiera decidido a entrar.
El acceder por aquel pequeño corredor fue para mí
como entrar en un mundo completamente diferente al que yo conocía y del que
había estado muy cerca (más de lo que yo pensaba) aunque lo ignoraba por
completo.
Era inimaginable que existiese un lugar tan
extraordinariamente bello y tranquilo en el medio de la civilización, pero era
real como la vida misma.
En un principio me fue difícil andar por entre aquel
manto resbaladizo aunque encontré un pequeño sendero oculto entre la exuberante
vegetación que me sirvió como referencia. La senda llevaba a una especie de
galería central en dónde una enorme y portentosa fuente de piedra que se
mimetizaba entre las brazos verdes de la
maleza daba la bienvenida al transeúnte.
Allí la encontré de espaldas acariciando el agua
cristalina. Llevaba puesto un simple
vestido raso de color blanco que le llegaba hasta las rodillas y
flanqueado en su cintura por una cinta de color azul. Debido a la finura de su textura era fácil adivinar el color de
su ropa interior igualmente del color del mar.
Estaba claro que sabía de mi presencia ya que no
esgrimió ningún gesto de sorpresa: al contrario. De hecho, pareciera como si me
esperase.
-Este lugar me pertenece. Aquí me encuentro libre de
hacer lo que quiera-me dijo sin modificar para nada su posición inicial.
Recuerdo que intenté responderle pero con un
movimiento brusco de su brazo bloqueó cualquier intención de respuesta por mi
parte.
Entonces se giró. Jamás olvidaré la expresión de
inocencia de su cara. Sus enormes ojos castaños me atraparon de tal manera que
me fue imposible esbozar palabra alguna.
Nunca supe exactamente cuál era su edad aunque el tamaño de sus atributos ya marcaba
la entrada en la adolescencia.
-Siéntate- dijo señalando un perdido banco de piedra
cercano a la fuente que yo no había reparado.
Yo le obedecí al instante. Ella me acompañó,
sentándose justamente en frente de mí, utilizando aquel pedazo de piedra como
si fuese un corcel. Iba descalza pero no pareciese que la rugosidad del suelo
le generase alguna contrariedad en sus pies. Esta posición tan sugerente me incomodaba.
-Este es mi reino de fantasía, dónde yo hago reales
todos mis deseos y tú has venido a ayudarme a ello- dijo.
A partir ese día y durante el siguiente mes y medio
todas las tardes me acercaba a jugar con aquella extraña y sorprendente
criatura. Pasábamos horas y horas disfrutando de innumerables cuentos de Hadas que
hacíamos nuestros al atardecer de las duras jornadas estivales de mi tierra
extremeña. En ellos como dos personajes unidos por el destino siempre
acabábamos juntos para el resto de los tiempos.
Pero por desgracia en esta vida siempre hay un final
y para mi eso ocurrió el último día de Agosto. Nos despedimos como si nada. Fui
incapaz de decirle que partía para no volver y eso me ha pesado el resto de mi
vida.
Hoy, tras mi largo camino de retorno he visitado otra
vez aquel lugar mágico de antaño ahora convertido en piedras y escombros, nada
que ver con el esplendor vegetal de hace
años.
Le he escrito una nota que le he dejado oculta
bajo los restos de lo que un día fue el
surtidor de dónde manaba un agua pulcra como la amistad de aquellos dos jóvenes
inocentes.
En ella sólo
he podido anotar unas simples palabras:
Te añoré
desde el primer día.
Nunca te he
olvidado.
Espero que
estés en el lugar que te corresponde: ese idílico paraíso perdido en donde te
encontré haciendo realidad todos tus sueños.
Tras dejar la nota,
algo extraño me ha sucedido. Juraría haber oído el crujido de los pasos
de alguien detrás de mí mientras
abandona el jardín perdido y me he dado la vuelta. No había nadie aunque un
objeto que en un principio sorprendentemente había pasado desapercibido para mí
centró mi atención. Yacía junto a las piedras dónde había dejado mi manuscrito
y me acerqué a buscarlo. Era la cinta azul que acariciaba la cintura de aquella
dulce chiquilla.
A mí querida
Marta que siempre ha sido para mí el
vínculo con mi maravillosa infancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario