(…) Incluso
la idea de las “necesidades”, incluyendo la comprensión de las “necesidades
económicas”, requiere un debate público y un intercambio de información, puntos
de vista y análisis. En este sentido, la democracia tiene una importancia
constructiva.... Un debate abierto, la crítica y el disenso son fundamentales
para el proceso de generación de decisiones consideradas e informadas. Estos
procesos son cruciales para la formación de valores y prioridades, y no
podemos, en general, tomar las preferencias como se dan independientemente de
la discusión pública (….) Amartya Sen.
Vivimos tiempos convulsos en dónde todo aquello que
hemos considerado hasta ahora como elementos claves en nuestro desarrollo
personal como ciudadanos, pareciera estar en entredicho. De hecho, para muchos
estamos más ante una crisis de ética y moral que de otra
cosa, lo cuál comparto plenamente.
En ese sentido mucho tiene que ver el actual concepto
que se le da al modelo de organización social que conocemos como Democracia.
Siempre se ha justificado este sistema como el más
noble de todos los posibles por ser este el que sostiene la justicia de todos
los ciudadanos libres, en donde además
el pueblo es el que dispone el control de sus propios designios gracias
al derecho al voto, aunque de una manera diversa según el enfoque del modelo
democrático que se considere.
La cuestión es que no existe un modelo democrático
específico, sino que existen varios enfoques diferentes, siendo estos tres los
principales:
-Democracia indirecta o representativa, nuestro
modelo actual, en el que los ciudadanos elegimos libremente a nuestros
representantes para que sean ellos los que tomen las decisiones por nosotros.
-Democracia semindirecta o participativa, en dónde el
pueblo toma decisiones que han de ser
acatables de forma obligatoria por el poder ejecutivo mediante referéndum,
plebiscitos, etc donde se incluye incluso el propio derecho a derogar al propio
poder ejecutivo sin necesidad de respetar los tempos electorales.
-Democracia directa, en dónde no existen
representantes del pueblo como tales, sino que es el propio pueblo en asamblea
quien decide. Esta idea fue la que dio el origen a los planteamientos
democráticos en la antigua Grecia (origen de la Democracia), y fue abrazado
posteriormente por otros pensadores como el propio Rosseau.
Detalle de una sesión parlamentaria en la Antigua Grecia.
Sin duda alguna, de las tres opciones, la que mejor
responde al principio básico sobre el que se sustenta el pensamiento
democrático (que sea el ciudadano el que tenga control de su destino), es la tercera.
No obstante, es comprensible que los modelos que se
hayan impuesto sean los dos primeros (y en esencia el modelo democrático
indirecto) por cuestiones obvias: la dificultad de canalizar las opiniones
individualizadas, siendo esto cada vez más complicado según la complejidad del
propio Estado.
No obstante, esto no hace que dicho modelo indirecto
no esté sujeta a grandísimas limitaciones también, algunas más acusadas que
otras según el modelo de desarrollo que se plantee. Ejemplos existen a pares.
Por ejemplo, la falsa idea con el que se argumentan
todas las decisiones que se toman por los representantes, aludiendo a la
legitimidad en las urnas.
Esta es una cuestión ciertamente peligrosa e incluso
siniestra. Sin duda alguna el propio modelo facilita que exista cierta
resignación del ciudadano ante esta afirmación, ya que realmente el acto del
voto se llega a entender como un contrato hipotecario entre las partes con la
duración del tiempo electoral de los mandatos.
El limitar la voluntad del pueblo a un día específico
cada cuatro años es cuando menos injusto. En primer lugar habría que considerar
el propio hecho del acto electoral, y si verdaderamente se está
preservando el análisis “razonado y
libre” de las opciones posibles (de esto podríamos hablar largo y tendido).
En segundo lugar esta una cuestión todavía más
crítica, y es el hecho de que es imposible valorar y predecir la validez de los
representantes de cara a un tiempo futuro en virtud de un análisis del pasado,
y que además no exista la posibilidad de modificar nuestro parecer hasta el
próximo encuentro electoral.
Por tanto el problema más grave que veo yo es la
desconexión que existe entre el ciudadano y el propio Estado, y la verdadera
influencia de los primeros sobre el segundo en la toma de decisiones. El
ejemplo más paradigmático de esta realidad la estamos viviendo en estos días
con el caso de las elecciones Europeas, en dónde la esencia de las propias
elecciones consisten en dotar casi en esencia a dos “doctrinas ideológicas” de legitimidad, los
socialdemócratas y los conservadores, liderados además por un Alemán y un
Luxemburgués respectivamente, a los que votamos de manera indirecta desde
nuestros territorios a pesar de que nada conocemos de ellos (y ellos de
nosotros). Que no se enfaden las tendencias llamadas "minoritarias" pero está claro que todo está orquestado en esa dirección.
Si a esto unimos los problemas de descrédito que los
representantes políticos se han ganado por méritos propios, es fácilmente
entendible que exista una cierta apatía en lo que se refiera a la participación
ciudadana en aquello que tiene que ver con las cuestiones comunes (la
política), siendo esto muy peligroso puesto que se da rienda suelta a los
abusos desde el propio sistema.
Sin caer en planteamientos de resignación pero
tampoco en utopías inalcanzables, la realidad es que es necesaria una
regeneración importante de la manera de proceder del modelo democrático, que
nos guste o no, tenemos y nos acompaña por suerte desde hace casi cuarenta
años.
Una de las ideas que más me apasionan de todas es la
cuestión del “razonamiento público”, y su utilidad de cara a mejorar el sistema
democrático actual, al menos a pequeña escala.
Derivado de las tesis de algunos filósofos políticos,
se trata de una herramienta de participación ciudadana en el que se ponen en
debate diferentes puntos de vista sobre temas que afectan a toda la ciudadanía,
con la intención de extraer conclusiones razonadas, que partan del consenso,
que sean objetivas e imparciales y que todo el mundo las acepte en mayor
medida, a pesar de que no se cumplan todas sus expectativas de forma plena,
aunque sí relativamente. Esta visión “impersonal” del razonamiento es la opción
más factible de cara a consensuar conclusiones que sean consideradas como
propuestas que salgan directamente de la
ciudadanía hacia sus representantes, y no al revés, que es justamente como se
nos presente el modelo.
Para que sea efectivo el resultado es importante que
aquel que participe del debate sea capaz de transmitir sus planteamientos de
forma personal y libre, pero del mismo modo, entienda la postura de otros
puntos de vista, y por tanto, sea capaz de llegar a ceder relativamente para
establecer consensos.
La utilidad del razonamiento público es innegable
desde diferentes puntos de vista:
-En primer lugar, se trata de una manera sólida y
objetiva de extraer necesidades e inquietudes de cada individuo, las cuales en
muchas ocasiones son desconocidas por los representantes. Obviamente el
beneficio es mutuo puesto que unos muestran sus necesidades, y los otros las
acaban conociendo, y reconociendo (esto en teoría, claro).
-Se afianza el compromiso del ciudadano con la
política, lo que es del todo bueno y necesario debido al sentido de verdadera
utilidad que adquiere el mismo dado su cercanía a la toma de decisiones.
-Permite definir un verdadero sistema de evaluación
sobre el hacer de sus representantes que vaya más allá del periodo electoral,
puesto que del debate se extraen conclusiones a modo de propuestas, y dichas
propuestas (o mejor dicho, su consideración)
deben ser tenidas en cuenta como referencias de cara a valorar el grado
de sensibilidad real hacia la voluntad popular por parte de sus representantes.
-Permite sumar puntos de vista ante temas concretos
de cara a enriquecer las opciones que ayuden a los representantes a tomar sus
decisiones.
Obviamente, como cualquier aspecto que incluya una
puesta en común de opiniones de diversa índole, y por tanto negociación
colectiva de individuos, no está exenta de dificultades, aunque no es imposible
si se pone en práctica de forma apropiada, esto es, aceptando la necesidad de
aportar nuestros puntos de vistas pero también los del resto. Después de todo,
el verdadero origen de estos planteamientos parte de la Grecia Clásica, los
verdaderos inventores de la democracia.
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