Hace tiempo que llevo planteándome escribir algo
sobre mi profesión, o mejor dicho, de mi formación académica principal.
Hoy, tras recibir la invitación por parte del Colegio
Oficial de Biólogos de Extremadura sobre algunos de los actos conmemorativos de
su veinticinco aniversario, he decidido hacerlo.
Por cuestiones diversas no he encontrado antes el
momento oportuno, a pesar de que mi intención cobró fuerza hace ya unos meses
tras una conversación mantenida con un colega de profesión. En ella, comentando
mi futura estancia formativa en el Hospital San Pedro de Alcántara
(concretamente en la Unidad de Radiodiagnóstico), me trasmitía las reticencias
que le había confesado el Jefe de
Servicio hacia mi persona, o mejor dicho, hacia mi perfil académico. No entendía
como un Biólogo pudiera encontrarse en la situación en la que yo me encontraba,
puesto que “el perfil de profesor para un ciclo formativo de imágenes para el
diagnóstico debe ser la de un facultativo”, argumentaba.
Este tipo de afirmaciones en el que se menosprecia un
perfil académico concreto, fluyen en la sociedad de una manera categórica,
quizás como consecuencia del pensamiento estereotipado del que somos presos.
Sin entrar en revanchismos profesionales (no es mi
intención) sí que me gustaría discutir sobre las bondades que tiene la
formación de Biólogo, que es realmente como me gusta etiquetar al término, ya
que entiendo como incorrecto emplear la definición de “profesión de Biólogo”,
puesto que los Biólogos pueden desempeñar muchas profesiones diversas y
diferentes, y hablar de una profesión es simplificar su figura.
En lo que a mi respecta, puedo afirmar que parte de
lo que soy como persona (en un sentido integral) se lo debo a la cualificación
profesional que empecé a recibir al estudiar la carrera universitaria (se les
refería así a los estudios superiores cuando yo los cursé). Y digo empecé no
por hecho de no haber finalizado mis estudios superiores, lo cual hice en
tiempo y forma, sino porque el Biólogo como tal no acaba de formarse nunca, y
no por deficiencias en su cualificación (que nadie ose pensar en esa maldad).
La causa deriva del hecho de la propia naturaleza de
las ciencias de la vida, y de todo el conocimiento que mana de ellas, las
cuales van ampliándose y expandiéndose
como lo hace el propio universo conforme avanza el desarrollo tecnológico.
Esa necesidad de ir reciclándose y de ir ampliando
las metas del conocimiento lo aprende el estudiante de Biología desde el
principio, y se trata sin duda de actitud más que aptitud, lo que es
extrapolable a cualquier proyecto vital, y que trasciende más allá del aspecto
profesional.
Parecerá una tontería y una trivialidad pero no todas
las formaciones académicas consideran este aspecto clave.
Otra aportación transversal es “el descubrimiento”
del método científico, como herramienta de pensamiento. Sin duda alguna el
aplicar dicha metodología convierte a la persona en un individuo reflexivo y
tremendamente crítico con todo lo que le rodea, siendo esto esencial para sentirse un ser humano con
mayúsculas.
En lo que respecta a los conocimientos más
específicos, la disparidad y amplitud de los mismos son un fiel reflejo de la
complejidad de la vida. Sobre ellos se asientan multitud de conceptos en dónde
se desglosan aspectos descriptivos y funcionales de la materia viva partiendo desde los
niveles más elementales (a nivel subcelular)
hasta los más complejos (los organismos vivos). Toda esta base conceptual se complementa con
una aportación más teórico-práctica en lo que se refiere a las metodologías que
existen para el estudio de dichos elementos, entrando así en otras disciplinas
científicas como la química, la física y la matemática.
Todo ello permite adquirir una visión global muy
necesaria, que posteriormente se podrá mejorar en algunas de esas variantes de
una manera más profunda e interesada según el destino profesional que se
pretenda.
Esto sin duda es una ventaja, sobre todo teniendo en
cuenta la actual coyuntura socioeconómica, ya que el biólogo presenta de una
cierta plasticidad en sus cualificaciones que no todos los titulados superiores
presentan.
Todo ello lo argumento desde mis propias
experiencias. En el plano profesional, he desarrollado actividades de
investigación en laboratorios de Biología Molecular y Bioquímica, he trabajado
como técnico de calidad en la industria, he sido y soy consultor para las
empresas en ámbitos de Gestión, lo cuál compagino como profesor de formación
profesional en la rama sanitaria, y lo que me queda por hacer y descubrir… Sin
la formación académica que tengo hubiese sido imposible el disponer de un
abanico tan amplio y heterogéneo de actividades, cumpliendo satisfactoriamente
con las obligaciones atribuidas.
Por tanto, sinceramente creo que la formación de
Biólogo debería ser reconocida socialmente de una manera más notable, o al
menos, no ser tal infravalorada.
Espero que estas letras sirvan para reconducir opiniones
controvertidas como las indicadas al comienzo de este post, o al menos para
invitar a la reflexión sobre el error que se comete al hacer uso de estos estereotipos.
Un gran profesor que tuve, precisamente cuando
cursaba mis estudios universitarios, siempre decía que en cualquier profesión,
el buen profesional nunca tendría problemas en el desempeño de sus funciones.
Yo siempre me he aferrado a esta creencia y estoy convencido de que la
formación en Biología ayuda de una manera importante en la cualificación de sus
estudiantes, y por tanto, en su conversión en buenos profesionales
independientemente de las funciones que desempeñe.
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